Vivimos esperando.
Esperando a que algo increíble ocurra y nos remueva por dentro. A alguien que nos rompa los esquemas. A que pasen los problemas. Al fin de semana.
Vivimos esperando a despertar un día con una máquina del tiempo en nuestras manos, capaz de transportarnos a recuerdos maravillosos, de supuestos tiempos mejores. Todo tiempo pasado fue mejor, ¿no?
La realidad es que el tiempo pasa y nosotros lo desperdiciamos. Lo desperdiciamos esperando. Esperando a nada, porque todo llega a su debido tiempo, queramos o no.
Queremos que los problemas pasen rápido, pero no hacemos nada por solucionarlos. Nos rendimos. Nos alejamos de ellos.
Pasamos un día esperando a que se acabe una clase, a que llegue el momento de irse a dormir, o la hora de comer. No nos damos cuenta de que el tiempo que pasa mientras tanto, es tiempo perdido, que pasamos soñando con el futuro, algo tan imprevisible como la vida misma.
No nos damos cuenta de nada. No prestamos atención a lo que está pasando, si no que nos quedamos pensando en lo que podría pasar.
El verdadero superpoder no es el de adelantar o retroceder el tiempo, es el de disfrutar cada momento siendo consciente de que no se repetirá, e intentando que sea al que querremos volver en un futuro.