Madrid || Cap.2

10:00 a. m.

Martes 8 de Febrero de 2016:
Son las nueve de la mañana y despertamos en Madrid. Toca darse una ducha y arreglarse para bajar a por algo de desayunar. El día anterior, Coke me había estado hablando de que podíamos ir a desayunar al Dunkin Donuts de la calle de nuestro hotel, Calle Montera, así que allí fuimos. Yo me decanté por unas tostadas y un buen café que hiciera esa función que el maquillaje no puede hacer, y es hacer que tu cara parezca más despierta de lo que realmente está. 


Madrid estaba fría, y no paraba de susurrarnos que el Invierno todavía seguiría un mes más. Aún así, nosotros, lo más abrigados que pudimos, nos dirigimos de nuevo a El Retiro, con la intención de ir a hacer unas fotos al Palacio de Cristal. 


Mientras pasábamos por el lago, me fijé en algo que me llamó mucho la atención: los niños contemplaban los patos y las barcas, mientras que los adultos preferían contemplarlo a través de sus pantallas. Debe de ser que el mundo a través de una pantalla, con más o menos píxeles, es más bonito. En realidad vivimos detrás de nuestras pantallas, y le damos más importancia a un mundo virtual, inalcanzable, que a nuestra propia apariencia ¿Cúando hemos dejado de apreciar el momento para cederle ese privilegio a nuestra cámara? Está claro que esto puede sonar hipócrita, pero lo cierto es que no hicimos demasiadas fotos durante nuestro pequeño viaje, nos limitamos a vivirlo, disfrutarlo, y eso nos llenaba de sobra. Una cosa es inmortalizar el momento que vivimos, y otra inmortalizar un momento artificial.


Finalmente, llegamos al Palacio de Cristal, y estuvimos haciendo algunas fotos, tampoco demasiadas. La verdad es que me quedé impresionada, no me lo imaginaba tan bonito. En el interior había una exposición de fósiles, creo recordar, y la mayoría colgaban del techo.





Después de un largo paseo por el parque y de hacer unas fotos en el palacio, mientras nos dirigíamos a la salida, un señor muy simpático nos saludó, estaba tocando su saxofón, o creo que era un saxofón.





Al medio día, volvimos a coger algo de comer en el Pans, lo mismo que la noche anterior, y volvimos al hotel para descansar durante un rato. Después de ver un rato la televisión y cambiarnos de ropa, subimos a la azotea a hacer unas fotos, era la oportunidad perfecta para estrenar la camiseta que me había comprado a la mañana en el Primark de Gran Vía, enorme por cierto, y que llevaba buscando muchos años.








 Tras un rato de fotos, conversaciones y risas, bajamos a la habitación para coger las cosas y salir de nuevo a la aventura en busca de rincones por Malasaña. Así que así pasamos el resto de la tarde, encontrando tiendas de las que solo habíamos oído hablar, calles preciosas, barrios curiosos y gente muy peculiar, haciendo un total de doce kilómetros recorridos a lo largo del día.




Ya de noche y volviendo al hotel por Calle Montera, en busca de una tienda para comprar una botella de agua y nuestra cena, nos fijamos en que en nuestra calle, sin exagerar, había diez prostitutas. Compostelana, gallega y curiosa como soy, es algo que me impresionó mucho. En esa misma calle se encontraba el cuartel de la guardia civil, pero todo parecía ser el pan de cada día. 
Nos fuimos a dormir temprano después de ver la televisión un rato, ya que al día siguiente recorreríamos otra gran cantidad de kilómetros, nos perderíamos y...bueno, si queréis saber más, tendréis que esperar al próximo capítulo. 

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